4 jul 2011

EL HOMBRE DEL ACORDEON


Desde que llevo viviendo en mi actual domicilio, todos los días por las mañanas muy temprano de seis y media a siete, desayuno con mi pareja, es el comienzo de su día laboral y el mío de jubilado, ella trabaja fuera de casa y yo me encargo de las viandas y otros menesteres, no de la limpieza, mas bien de la logística y encargos varios, también llamado “agente de bolsa”, por cierto ya cada vez mas en los supermercados no te dan bolsas con las compras y tienes que ir tu con el carrito de la compra o con bolsas en los bolsillos.
A cien metros cruzando los cuatro carriles que tengo delante, bajo un balcón siempre se sentaba un señor, tocaba un acordeón, no faltaba ningún día hiciese el tiempo que hiciese, su repertorio no era muy extenso pero nos ameniza los desayunos.
Nos dimos cuenta que durante al menos un año no escuchábamos la música. Dedujimos que quizás debido a una enfermedad o por que otra causa desconocida “El hombre del acordeón” dejo de amenizarnos.
Hace muy poco volvimos a escuchar la música en nuestros desayunos, me asome y a lo lejos lo vi.
Creo que era el mismo que durante bastante tiempo nos había dejado, nunca se me ocurrió ir a ver que aspecto tenia.
Ahora que tengo tiempo para estas “tonterías” que surgen alrededor mío, me acerque a él y le hice una foto con el móvil y para entablar conversación le eche un par de monedas, me miro con cara de agradecimiento y su sonrisa me pareció de las mas bonitas que había visto en una persona mas o menos de mi edad  (no digo mayor), era rubio y con los ajos azules.
¿Cómo te llamas?, le pregunte.
No supo contestarme. ¿Cuanto tiempo llevas tocando en este sitio? Otra sonrisa por respuesta.
Después de muchas indagaciones, gesticular ostentoriamente (como diría  Jesús Gil)
Supe que se llamaba Ahmed Mohamed (para quien no lo sepa, las h se pronuncian como jota –como el Sr. Bono- vamos), que era Búlgaro, por supuesto de religión musulmana, que no tenia ni idea de nuestro idioma, o no quería que yo supiese que me entendía.
Me deleitó con una música de tintes árabes, me despedí de el con un “Selama” y con la duda de si era aquel señor que siempre escuchábamos en nuestros desayunos desde hace varios años.
Al menos nos queda la satisfacción de tener de nuevo nuestros desayunos amenizados con música.